Exégesis del Corán del Al-Mîzân de Allâmah Sayid Muhammad Husain at-Tabâtabâî, Sura al-Baqarah (Parte 6-1)

by asadian
Allâmah Sayid Muhammad Husain at-Tabâtabâî

SHAFAQNA – Capítulo dos, sura al-Baqarah (La Vaca), doscientos ochenta y seis versículos – ¾ Medina

 

يَا أَيُّهَا النَّاسُ اعْبُدُواْ رَبَّكُمُ الَّذِي خَلَقَكُمْ وَالَّذِينَ مِن قَبْلِكُمْ لَعَلَّكُمْ تَتَّقُونَ (٢١).  الَّذِي جَعَلَ لَكُمُ الأَرْضَ فِرَاشاً وَالسَّمَآءَ بِنَآءً وَأَنزَلَ مِنَ السَّمَآءِ مَآءً فَأَخْرَجَ بِهِ مِنَ الثَّمَرَاتِ رِزْقًا لَّكُمْ فَلاَ تَجْعَلُواْ لِلَّهِ أَندَادًا وَأَنتُمْ تَعْلَمُونَ (٢٢).  وَإِن كُنتُمْ فِي رَيْبٍ مِّمَّا نَزَّلْنَا عَلَى عَبْدِنَا فَأْتُواْ بِسُورَةٍ مِّن مِّثْلِهِ وَادْعُواْ شُهَدَائَكُمْ مِّن دُونِ اللَّهِ إِنْ كُنتُمْ صَادِقِينَ (٢٣).  فَإِن لَّمْ تَفْعَلُواْ وَلَن تَفْعَلُواْ فَاتَّقُواْ النَّارَ الَّتِي وَقُودُهَا النَّاسُ وَالْحِجَارَةُ أُعِدَّتْ لِلْكَافِرِينَ (٢٤).  وَبَشِّرِ الَّذِين آمَنُواْ وَعَمِلُواْ الصَّالِحَاتِ أَنَّ لَهُمْ جَنَّاتٍ تَجْرِي مِن تَحْتِهَا الأَنْهَارُ كُلَّمَا رُزِقُواْ مِنْهَا مِن ثَمَرَةٍ رِّزْقًا قَالُواْ هَذَا الَّذِي رُزِقْنَا مِن قَبْلُ وَأُتُواْ بِهِ مُتَشَابِهًا وَلَهُمْ فِيهَآ أَزْوَاجٌ مُّطَهَّرَةٌ وَهُمْ فِيهَا خَالِدُونَ (٢٥)

¡Hombres! Adorad (servid) a vuestro Señor, Que os ha creado a vosotros y a quienes os precedieron. Quizás, así, podáis guardaros (contra el mal) (21). Quien ha hecho de la Tierra lecho y del cielo edificio. (Quien) ha hecho bajar agua del cielo, mediante la cual hace brotar frutos para sustentaros. No atribuyáis iguales a Dios a sabiendas (22). Si dudáis de lo que hemos revelado a Nuestro siervo, traed una sura semejante a él, y si es verdad lo que decís llamad a vuestros testigos en lugar de llamar a Dios (23). Pero, si no lo hacéis —y nunca podréis hacerlo— guardaos del fuego cuyo combustible lo constituyen hombres y piedras, que ha sido preparado para los infieles (24). Anuncia la buena nueva a quienes creen y obran bien: tendrán jardines celestiales por cuyos bajos fluyen arroyos. Siempre que se les dé como sustento algún fruto de ellos, dirán: “Esto es igual a lo que se nos ha dado antes”. Pero se les dará solo algo parecido. Tendrán parejas purificadas y estarán allí eternamente (25).

 

La realidad del milagro de acuredo al Corán

El Corán afirma repetidamente la existencia del milagro, es decir, de un fenómeno inusual, fuera de lo común, que exhibe la autoridad de las fuerzas metafísicas sobre el mundo material y físico. El milagro no es algo contrario a la prueba racional evidente.

Algunas personas han intentado justificar los versículos que describen distintos milagros. El objetivo era que el Corán se ajustara a los principios de la ciencia moderna. Pero esos intentos son inaceptables, en tanto son una pesada carga sobre el lenguaje coránico.

Bajo distintos títulos explicaremos lo que nos enseña el Corán acerca del sentido y la realidad del milagro.

  1. El Corán confirma la norma general de causa y efecto

El Corán dice que en este mundo natural todas las cosas, todos los efectos, tienen una causa. Que hay un sistema de causa y efecto que impregna todo lo que corresponde a este mundo. Se trata de una realidad manifiesta y sobre esta verdad se basan las investigaciones y discusiones académicas y científicas. Por naturaleza, el ser humano cree que debe haber una causa para cada fenómeno natural. De la misma manera, las investigaciones académicas intentan encontrar causas relevantes para tales sucesos. ¿Qué es una causa? Es una cosa, o combinación de cosas, que dondequiera ocurra o aparezca da lugar infaliblemente a otra cosa (su efecto). Por medio de experimentos tratamos de encontrar las causas de diversas cosas. Por ejemplo, la experiencia nos ha enseñado que, si hay un incendio, debe haber sido causado por el fuego directo, la fricción o alguna otra cosa. Una causa debe ser infalible, amplia y universal. En otras palabras, toda causa, en cualquier situación, manifiesta un efecto.

Eso está claramente confirmado por el Corán. Lo da por sentado cuando habla acerca de la vida, la muerte, el sustento y otros fenómenos celestiales o terrenales, aunque en última instancia imputa todos los efectos, como así también sus causas, a Dios.

Por lo tanto, el Corán confirma el sistema general de causa y efecto. Dondequiera se encuentre una causa (con todas sus condiciones necesarias) debe existir su efecto. Y dondequiera veamos un efecto, es la prueba segura e infalible de la existencia de una causa.

  1. El Corán confirma los milagros (Sucesos sobrenaturales)

Sin embargo, el Corán narra muchos sucesos que contradicen el sistema natural de causa y efecto. A muchos profetas atribuye distintos milagros sobrenaturales, como es el caso con Noé, Heler, Sale, Abraham, Lot, David, Salomón, Moisés, Jesús y Muḥammad (la paz sea con todos ellos). Debemos tener en cuenta que esos sucesos, aunque anormales, extraordinarios, no eran imposibles. No fueron como aseverar que “una proposición positiva y su opuesta se afirman y niegan juntas”, o decir que “una cosa puede estar separada de su propia existencia”, o que “uno no es la mitad de dos”. Instintivamente comprendemos que se trata de proposiciones imposibles. Pero los milagros mostrados por los profetas no son de esa categoría. Además, es algo que desde el amanecer de la humanidad nunca fue aceptado ni creído por la mentalidad de billones de personas religiosas. Ninguna persona acepta una expresión que se presenta naturalmente como imposible o atribuye cosas imposibles a otras

Además, los efectos que son llamados milagros, no son desconocidos para la naturaleza. El mundo natural da a la materia, permanentemente, una forma u otra, convierte un suceso en otro, da vida a lo muerto y muerte a lo vivo, transforma la mala suerte en buena suerte y la comodidad en incomodidad. Todo eso sucede en el mundo todos los días. La única diferencia entre un suceso natural y otro milagroso se halla en la rapidez y en los pasos requeridos para su cumplimentación. En condiciones adecuadas y en un tiempo y espacio determinados, una causa particular produce su efecto, paso a paso, después de una serie de cambios. La materia contenida en un bastón puede aparecer un día desplazándose como una serpiente. Un esqueleto desintegrado se puede convertir un día en una persona viva. En un curso natural ello tomaría un tiempo muy largo, pero podría suceder en un plazo mucho más breve bajo ciertas condiciones de tiempo y espacio y numerosas causas consecutivas que cambian constantemente esa materia particular de una forma a otra en un proceso acelerado. De una manera normal no puede suceder sin sus propias causas, sin sus condiciones necesarias, ni por la fuerza de voluntad del ser humano. Pero cuando aparece como milagro, sucede precisamente por voluntad del profeta, sin ninguna causa material y sin ningún lapso de tiempo determinado.

Por supuesto, es muy difícil para una mente simple —como lo es para el cerebro del científico— comprender esos sucesos sobrenaturales. Después de todo, el ser humano está acostumbrado a la causalidad natural. Por otra parte, ningún científico puede rechazar completamente el acontecer de fenómenos sobrenaturales, incluso en esta era atómica. Todos los días alguien demuestra su destreza produciendo algún suceso sobrenatural. La gente los ve, la radio y la TV los propalan y exhiben, los diarios y revistas los publican y nadie dice que no podrían ocurrir en tanto son contrarios a las leyes de la naturaleza.

Los estudiosos modernos teorizaron al respecto diciendo que los seres humanos, al igual que todas las cosas, están circundados por corrientes eléctricas o magnéticas desconocidas, sosteniendo que mediante una rigurosa preparación se puede llegar a controlarlas y usarlas para modificar de manera inusual y anormal las características materiales de distintos elementos, con lo que se producirían hechos sorprendentes.

Si esta teoría se prueba correcta y abarcadora, superaría todas las teorías actuales que explican distintos sucesos y efectos en término de movimiento y fuerza; reemplazaría todas las causas supuestas hasta el momento por una causa natural que todo lo impregna: las corrientes magnéticas.

Hay gente que piensa eso y está convencida de que todo fenómeno natural debe tener una causa natural si la relación entre ambos sigue vigente.

El Corán no ha identificado por su nombre a ninguna causa natural que, presente en todos lados, explicaría todos los sucesos naturales y sobrenaturales, puesto que ello no es parte del propósito principal del Libro Divino. Pero afirma que todo fenómeno natural tiene una causa natural, con permiso de Dios. En otras palabras, todo fenómeno es totalmente dependiente de Dios, Quien le ha señalado determinada forma de acontecer y una causa natural que le dé existencia, es decir, la existencia que Él le da. Dice Dios: “…A quién teme a Dios, Él le facilitará una salida, y le proveerá de un modo insospechado para él. A quien confía en Dios, Él le basta. Dios consigue lo que se propone. Dios ha establecido una medida para cada cosa” (C. 65:2-3).

La primera oración declara que, seguramente, Dios dirigirá a la persona hacia el éxito si solo teme a Él y confía en Él, aunque el camino hacia ese logro parezca imposible o se vean las causas naturales como una contrariedad. Lo dicho está sustentado por los siguientes versículos: “Cuando Mis siervos te pregunten por Mí, diles que estoy cerca y que respondo la oración del que ora cuando Me invoca…” (C. 2:186); “…Invocadme y os responderé…” (C. 40:60); ¿No basta Dios a Su siervo? (C. 39:36).

La oración, “Dios consigue lo que se propone”, explica la razón de la primera declaración. El mismo tema se encuentra en el versículo: “…Dios prevalece en lo que ordena, pero la mayoría de los hombres no saben” (C. 12:21). Este dicho también lo incluye todo sin ninguna condición. Dios tiene su propio modo de obrar para que algo suceda si Él lo quiere, aunque las formas normales o caminos usuales no se presenten disponibles.

Habría dos modos de obrar: Primero, Dios puede hacer que algo exista simplemente por Su voluntad, sin recurrir a ninguna causa natural o material. Segundo, puede haber una causa natural alternativa, desconocida para nosotros, dispuesta por Dios al efecto. Puede estar oculta a nuestros ojos, pero el Hacedor y Creador, Quien la ha prescrito, la conoce y usa para lograr Su propósito. Esta segunda posibilidad parece más apropiada en vista de la última declaración —Dios ha establecido una medida para cada cosa—, la cual muestra que cada efecto, ya sea que esté de acuerdo con la causalidad normal o no, tiene una medida establecida por Dios, se relaciona a otras existencias, tiene una conexión con otras cosas. Dios puede hacer que ese efecto exista a través de cualquier otra cosa relacionada, incluso en ausencia de la causa normal. Lo que no se debe olvidar es el hecho básico de que es Dios quien ha otorgado o permitido la causalidad. Esta relación de causa y efecto no es independiente de Dios.

Dios ha creado la relación causal entre diversas cosas. Puede obtener Su propósito a través de la forma que desee. En el mundo existe, sin duda, el sistema de causa y efecto. Pero está en manos de Dios y lo puede usar como desee. Existe una relación causal entre una cosa y otras que la precedieron, pero esa realidad no es como la conocemos nosotros, es decir, ninguna teoría académica o científica es capaz de explicar todos los fenómenos del mundo, a los cuales Dios sí los conoce, los genera y los maneja.

Relacionado: Exégesis del Corán del Al-Mîzân de Allâmah Sayid Muhammad Husain at-Tabâtabâî, Sura al-Baqarah (Parte 5)

Este principio básico se ha mencionado en los versículos de “decreto” o “medida”: “No hay nada de que no dispongamos Nosotros tesoros. Pero no lo hacemos bajar sino con arreglo a una medida determinada” (C. 15:21); “(Quien) lo ha creado todo y lo ha determinado por completo” (C. 25:2); “…Todo lo hemos creado con una medida” (C. 54:49); “Que ha creado y dado forma armoniosa, que ha hecho (las cosas) de acuerdo a una medida y dirigido (a su objetivo)” (C. 87:2-3). Observemos también los siguientes versículos: “No ocurre ninguna desgracia, ni a la tierra ni a vosotros mismos, que no esté en una Escritura antes de que la ocasionemos…” (C. 57:22); “No sucede ninguna desgracia si Dios no lo permite. Él dirige el corazón de quien cree en Dios. Dios es omnisciente” (C. 64:11).

Estos versículos (especialmente los primeros) muestran que las cosas toman su identidad particular de acuerdo con una medida elegida por Dios. Esa medida le da su individualidad y la define. Y la medida y la definición preceden a la cosa y después la acompañan. Una cosa puede ser delineada convenientemente solo si es vista en perspectiva, definiendo claramente su relación con otras cosas. Las otras cosas relacionadas sirven como un molde que da a ese elemento su estado y forma peculiar. Todo efecto material se relaciona con todas las cosas que le preceden o acompañan. Todas esas cosas juntas cumplen la función de causa del efecto en cuestión, y este a su vez se vuelve parte de la causa de otros efectos que se producen más tarde.

También se puede probar eso con los dos versículos siguientes: “Ese es Dios, vuestro Señor, Creador de todo…” (C. 40:62); “…No hay ser que no dependa de Él. Mi Señor está en el sendero recto” (C. 11:56). Agreguemos a ello el hecho de que el Corán confirma el sistema general de causalidad y tendremos la escena completa desplegada ante nuestros ojos.

  1. El primer versículo dice que toda cosa es creada por Dios y el segundo nos dice que la creación está hecha en un solo molde, sin que exista en la misma nada equivocado, lo cual causaría el caos y perturbaciones.
  2. El Corán confirma el sistema general de causalidad para todo lo material.
  3. De ello sigue que toda cosa material y todo efecto siempre e invariablemente es creado por una causa, la que precede a los mismos y les hace existir. Es indistinto si la causa es normal y común o sobrenatural. Siempre debe haber una causa.
  4. Muchas causas normales, que a veces no producen los efectos esperados, no son las causas reales, pues estas son las que nunca fracasan en crearlos. Se puede dar un ejemplo con las distintas enfermedades y sus causas. Antes se pensaba que la gripe era causada por el frío. Pero se advirtió que no siempre se producía en esas condiciones. Luego se descubrió que era causada por un virus. Lo mismo ocurre con muchos hechos sobrenaturales.
  1. Cualquier cosa producida por causas naturales es realmente causada por Dios

El Corán, mientras afirma la relación causa-efecto, asigna cada efecto a Dios. La inferencia es que las causas normales y habituales no son independientes en la creación de sus efectos. La causa real, en el verdadero sentido de la palabra, es solamente Dios. Dice Dios: “… ¿No son Suyas la creación y la orden?” (C. 7:54); “De Dios es lo que hay en los cielos y en la tierra… (C. 2:284); “Suyo es el dominio de los cielos y de la tierra” (C. 57:5); Di: “Todo viene de Dios” (C. 4:78).

Existen numerosos versículos que muestran que todas las cosas pertenecen exclusivamente a Dios, Quien puede hacer con ellas lo que quiera. Nadie puede instrumentar esas cosas si no es con permiso de Dios, Quien permite su manejo en cierto grado a quien Él quiere. Pero este permiso divino, que establece la relación de causalidad, no hace la causa independiente de Dios. Se trata de un permiso dado por el propietario real para el uso de su propiedad. La persona que tiene dicho permiso no puede transgredir los límites impuestos por el propietario. Dice Dios: Di: “¡Oh Dios, Dueño del reino! Tú das el dominio a quien quieres y se lo retiras a quien quieres” (C. 3:26); “Nuestro Señor es Quien creó todas las cosas y luego las guió (a su objetivo)” (C. 20:50); “…Suyo es lo que hay en los cielos y en la tierra. ¿Quién podrá interceder ante Él si no es con Su permiso?” (C. 2:255); Luego se instaló en el Trono, disponiéndolo todo. Nadie puede interceder sin Su permiso… (C. 10:3).

La causalidad se da porque Dios la dispuso. Pero no es independiente de Dios. Es esto lo que ha sido descrito en los versículos anteriores como “intercesión” y “permiso”. “Permiso” significa que hubo un impedimento que, si no fuese por una autorización especial, habría obstaculizado al agente autorizado a incidir en la cuestión del caso.

En resumen, a cada causa le ha sido dado el poder para crear el efecto relevante, pero, de todos modos, la autoridad real está en manos de Dios.

  1. Las almas de los Profetas tienen influencia sobre los sucesos sobrenaturales

Dice Dios: “…Ningún enviado puede traer signo alguno, sino con permiso de Dios. Pero cuando llegó la orden de Dios, se decidió según justicia y, entonces, los falsarios estuvieron perdidos…” (C. 40:78). El versículo muestra que fue el enviado quien trajo el signo, con permiso de Dios. A las almas de los profetas les fue dado un poder especial para realizar dicho milagro. Y ese poder causal, igual que todas las otras causas, creó su efecto con permiso de Dios.

También dice Dios: “Han seguido lo que los demonios contaban bajo el dominio de Salomón. Salomón no dejó de creer, pero los demonios sí, enseñando a los hombres la magia y lo que se había revelado a los dos ángeles, Hārūt y Mārūt, en Babel. Y estos no enseñaban a nadie, que no dijeran que solo era una tentación y que, por tanto, no debía dejar de creer. Así y todo, los humanos aprendieron de ellos dos lo que separa a un hombre de su esposa. Y con ello no dañaban a nadie sino autorizados por Dios…” (C. 2:102).

Este versículo prueba dos cosas: la magia tiene alguna realidad, y ello, no distinto al milagro, es causado por un factor físico de los magos, con permiso de Dios.

Tomemos un milagro, una magia, un portento misterioso hecho por un santo o un hábil encantador que llega a ello por medio de una práctica rigurosa. Todas esas son acciones extraordinarias o sobrenaturales que emanan de los factores físicos de sus agentes —o de la fuerza de voluntad— como muestran los versículos antes mencionados. Pero Dios ha dejado en claro que la causa física que se halla en Sus apóstoles, profetas y creyentes, es predominante, tiene el manejo sobre todas las otras causas, en todas las condiciones imaginables, y nunca puede ser vencida. Dice Dios: “Ha precedido ya Nuestra palabra a Nuestros siervos, los enviados: son ellos los que serán, ciertamente, auxiliados, y es Nuestro ejército el que, ciertamente, vencerá”. (C. 37:171-173); Dios ha escrito: “¡Venceré, en verdad! ¡Yo y Mi enviado!” … (C. 58:21); “Sí, a Nuestros enviados y a los que crean les auxiliaremos en la vida de acá y el día que depongan los testigos” (C. 40:51). Como vemos, estos versículos no ponen ninguna condición o restricción sobre la victoria prometida. Los enviados y los creyentes serán victoriosos sobre sus adversarios en todas las condiciones y situaciones. De ello se puede inferir que esa fuente de poder divina que los nutre es algo metafísico, sobrenatural. Las cosas materiales son, en su naturaleza, medidas y limitadas. Llevan la peor parte si son enfrentadas por algo de poder superior. En cambio, la fuente espiritual, fuera de lo ordinario, que está asistida por la voluntad de Dios, nunca es derrotada por ningún factor. Dios siempre le da un poder muy superior a quien la posea para alcanzar la victoria frente a cualquier adversario material.

  1. Cualquier cosa realizada por medio de la fuerza física depende de un Mandato de Dios.

Leamos nuevamente la última oración del versículo 40:78 mencionado al principio del título precedente: “…Cuando llegó la orden de Dios, se decidió según justicia y, entonces, los falsarios estuvieron perdidos…” Se puede ver que los sucesos sobrenaturales causados por el poder físico del agente dependen de un mandato de Dios, además de Su permiso. Ese mandato puede coincidir con el permiso mencionado o pueden ir ambos unidos. El mandato de Dios es Su creación, descrita por la palabra “Sé” en el versículo: “Su orden cuando quiere algo, se reduce a decirle (a ese “algo”) “¡Sé!” Y es” (C. 36:82).

También dice Dios: “Esto es un recordatorio. El que quiera que emprenda camino hacia su Señor. Pero vosotros no lo querréis, a menos que Dios quiera. Dios es omnisciente, sabio” (C. 76:29-30); “No es sino una amonestación dirigida a todo el mundo, para aquéllos de vosotros que quieran seguir la vía recta. Pero vosotros no lo querréis, a menos que quiera Dios, Señor de los mundos” (C. 81:27-29). Estos versículos muestran que los asuntos que están dentro de la esfera de acción de la voluntad del ser humano, bajo su control y autoridad, dependen no obstante de la voluntad divina para su existencia. Lo que dicen estos versículos es: las acciones intencionales de los hombres son hechas por su voluntad, pero la voluntad del ser humano depende de la voluntad de Dios.

No dicen que lo que es deseado por los seres humanos es deseado por Dios. ¡Si ese hubiese sido el caso, ningún deseo humano hubiese quedado sin cumplimentar, porque se habría convertido en la voluntad de Dios! Por otra parte, muchos versículos refutan esa idea: “Si hubiéramos querido, habríamos dirigido a cada uno…” (C. 32:13); “Si tu Señor hubiera querido, todos los habitantes de la tierra, absolutamente todos, habrían creído…” (C. 10:99).

Nuestra voluntad depende de la voluntad divina. Nuestra acción depende de nuestra voluntad y también depende indirectamente, a través de nuestra voluntad, de la voluntad de Dios. Y ambas, nuestra voluntad y nuestra acción, dependen del mandato de Dios, de Su palabra “¡Sé!”.

Las cosas o sucesos pueden ser naturales o sobrenaturales. Y los sobrenaturales pueden ser buenos, como los milagros, o malos, como los de los magos o adivinos. Pero todos ellos pasan a existir por medio de causas naturales y al mismo tiempo dependen de la voluntad de Dios. En otras palabras, no pueden pasar a existir a menos que la causa natural coincida, o sea una, con el permiso y mandato de Dios. En esto todas las cosas responden al mismo concepto. Pero cuando un profeta realiza un milagro, o un buen siervo de Dios ruega por algo a Él, un factor adicional, es decir, el mandato decisivo de Dios, se agrega a ello. Y el efecto o suceso deseado pasa a existir de modo infalible. Dice Dios: “Dios ha escrito: ¡Venceré, en verdad! ¡Yo y Mi enviado!” (C. 58:21); “…respondo la oración del que ora cuando Me invoca…” (C. 2:186). También se pueden ver otros versículos citados en el punto anterior.

 

 

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